Iba a intitular esta entrega “Peña y las tortillas”, porque el aspirante presidencial del PRI, como dicen en el bravo barrio de Tepito, “sigue bastos”, es decir, va patine y patine de pifia en pifia que, como dicen algunos politólogos, son más que ignorancias.
Ahora, no supo cuánto cuesta el kilo de tortillas y, sin afán de justificarlo, la verdad es que en estos tiempos de volatilidad financiera, pocos saben a ciencia cierta a cómo se cotiza el alimento popular que, para millones de familias, es el único alimento que cae a su hambriento estómago por muchos días.
En algunos lugares, está a $12.00 el kilo, pero hay ciudades donde araña los $ 20.00.
Para el Gobierno de Calderón, cuesta $ 8.50 en los súper, como si en las comunidades rurales y aún en algunos sectores de ciudades, las tiendas de auto servicio se encontraran a tiro de piedra.
No todos ¡maldita sea!, pertenecen a esa clase que surte su despensa en lugares popof.
25 millones de familias se surten en los tianguis o mercados sobre ruedas o, de plano, en las centrales de abasto de la población donde residan.
Cuestión de exprimir los pocos pesos que se tengan, para adquirir lo más que se pueda para satisfacer el hambre de la familia.
Peña, sí ese que como candidato único la está jugando sin spots de radio ni televisión, por la alianza PRI-PVEM-Panal, debió haber respondido, a la pregunta reporteril, que al día siguiente iría al mandado para poder responder con precisión.
Bien se ve que en su vida, el candidato del tricolor ha tenido necesidad de ir a comprar las tortillas, el pan o la leche.
Debiera hacerlo para estar al corriente de las que pasa cualquier familia que, aunque el panista Ernesto Cordero, que la busca con otros dos tlacuaches del PAN, diga que con seis mil pesos se vive a todo dar y sobra para el vocho, pasa las de Caín estirando el dinero como liga.
Por sobre todo, no debió haber contestado como lo hizo porque, a querer o no, se llevó entre las espuelas a las amas de casa, al señalar que él no lo es para saber el “precio de las tortillas”.
Ahora que, por ser el alimento popular, Enrique debiera saber que en el año que está por fenecer, se incrementó, mínimo, en cuatro pesos. Al comenzar 2011 su precio era de $ 8.00 y para noviembre, que ya frisaba los 11, brincó a 12, nomás porque “las materias primas incrementaron su costo”.
Ahora que la tortilla más cara, es la que comen las familias más jodidas del campo. Son las tortillas hechas a mano en una lámina que hace las veces de comal, atizado por la leña que el hombre del jacal corta del árbol más próximo.
La ama del jacal o choza se levanta por ahí de las cuatro de la mañana, con la cubeta de su nixtamal y camina buena distancia para llegar al molino que se lo va a convertir en masa.
Esa es la faena que seguramente Peña, Cordero, Josefina, Creel y López Obrador seguramente desconocen porque en su vida han pasado algunos días bajo el cobijo de esas humildes chozas habitadas por casi 35 millones de mexicanos.
La cuestión toral es que con las tortillas, esas humildes familias se echan también los bosques.
Por eso, es vital saber el precio real de una tortilla.
No es algo para adivinanzas. Es el ser mismo de lo mexicano, de la pobreza
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